sábado, 20 de agosto de 2022

"M Butterfly" (1993), de David Cronenberg.

M Butterfly. EE.UU., 1993. Dirección: David Cronenberg. Producción: Gabriella Martinelli. Guion: David Henry Hwang, sobre su obra teatral. Fotografía: Peter Suschitzky. Música: Howard Shore. Montaje: Ronald Sanders. Intérpretes: Jeremy Irons, John Lone, Barbara Sukowa, Ian Richardson, Annabel Leventon, Shizuko Hoshi.

Reproducimos a continuación de manera completa y textual un artículo del crítico de cine Quintín sobre esta película, publicado en el número 32 de la revista impresa El Amante Cine en octubre de 1994 👇


M Butterfly

El otro señor Gallimard

por Quintín



En la China de Mao, un diplomático francés de nombre René Gallimard se enamora de una cantante de la Ópera de Pekín cuando la escucha cantar partes de Madame Butterfly. Viven un apasionado romance. Cuando se separan, ella le dice que está embarazada. Años más tarde, se reúnen en París y continúan con la relación. Pero resulta que la artista es un hombre y que es espía del gobierno comunista, pero también que el diplomático desconocía el verdadero sexo de su amante. Nuestro héroe va a parar a la cárcel y allí se suicida disfrazado de Madame Butterfly.



Al parecer, este disparate ocurrió en la vida real. Un hecho tan singular no podía sino inspirar una obra de teatro. Cronenberg, al que no le gusta el teatro (cosa que aumenta nuestra admiración por él), decidió hacer una película basada en la obra. Para colmo, cuando M Butterfly estaba en producción, se estrenó El juego de las lágrimas y su inesperado éxito inauguró la era de los travestis en el cine. La película aparece como una variación sobre el mismo tema cuando, en el fondo, no podría haber dos películas tan distintas. Entre otras cosas, ésta es magnífica y la otra es bastante mala. Pero el antecedente de El juego de las lágrimas hace que M Butterfly sea, tal vez, un poco difícil de entender: de ahí algunas acusaciones de inverosimilitud que no vienen al caso. En principio, El juego de las lágrimas es la puesta en escena de una leyenda popular: la del heterosexual que descubre que está a punto de tener una relación sexual con un hombre y ve dispararse sus prejuicios. El final de la película es tramposo (y no sólo el final): aunque el argumento indica que esa relación nunca se concreta físicamente (el mundo del cine es heterosexual independientemente de las preferencias sexuales de los involucrados) da a entender que en el “mundo real” las cosas serían diferentes. Una manera de combinar el prejuicio con la tolerancia que deja a todos contentos. Algo parecido ocurre en Fresa y chocolate.



Pero en M Butterfly se trata de algo completamente diferente. No estamos frente a una anécdota sobre las tentaciones prohibidas sino ante una pequeña (pero radical) fábula filosófica. Lo que Cronenberg está contando no es la ampliación del registro del deseo, sino su unicidad fijada en una ilusión y una escena. Al prolijo contador Gallimard le cuentan el argumento de la ópera Mme. Butterfly, ve cantar a la protagonista y descubre, como en una revelación, cuál es esa escena: el amor trágico y maravilloso que concluye con el sacrificio de la mujer oriental e incluye su infinita sumisión a la voluntad del amo occidental. A partir de allí, pone en juego todos los mecanismos de la ilusión para convertirse en un personaje de ese argumento. La película abundará en esas representaciones: la ópera, el matrimonio, la diplomacia, los tribunales por los que Gallimard paseará su incompetencia. Gallimard no está preparado para el teatro del mundo, pero aún no lo ha descubierto. En su camino de transformación y transformismo descubrirá que tampoco le importa. Así como el loco don Quijote quería encarnar a un héroe de caballería, al loco Gallimard le interesa solamente ser el posesivo amante de Mme. Butterfly.



Hay dos refranes lacanianos (de los que desconozco su sentido preciso, pero creo que su formulación viene al caso) que resumen admirablemente su destino. Uno de ellos dice: la mujer no existe. Y efectivamente, lo que Gallimard busca en Song es su propia idea de lo que debe ser una mujer para satisfacer a un hombre, y sólo un hombre sabe cómo es esa idea. Tan torpe como sus ideas sobre la superioridad de las potencias imperialistas sobre los países orientales, su concepción de la mujer ideal es ridícula. Así se lo hace saber Song en su primer encuentro, pero Gallimard jugará todo el tiempo a preguntarle si ella quiere ser “su Butterfly”. Mientras esto sucede, Butterfly es, en cierto modo, él (que es traicionado por su amante que es un hombre, lo que abre otra línea de interpretación). De todos modos, el sacrificio final se impone como inevitable dada la lógica de la situación: encarnando por fin el lugar que lo obsesiona, al convertirse en Mme. Butterfly, Gallimard debe suicidarse.

 

            

El deseo es el deseo del deseo del otro dice el otro refrán, y Gallimard se desdobla como los mellizos de Pacto de amor (*): se convierte en la mujer que desea ocupando el vacío que la traición de Song ha dejado vacante. Previamente ha rechazado ser el amante de un hombre: cuando Song se muestra desnudo, no es rechazo o perturbación lo que siente, como Stephen Rea en El juego de las lágrimas, sino que le han arruinado su sueño. La persona (ese mito de cierta dramaturgia teatral y psicológica heredado por el cine) de Song le importa poco: es su fantasía lo que cuenta y nada tienen dos hombres que hacer allí. Por eso Cronenberg eligió a John Lone y no a un travesti para el papel de Song, porque tiene los suficientes rasgos masculinos para que el espectador vea que si Gallimard se engaña es porque quiere ser engañado. Gallimard no finge, se engaña efectivamente (a partir de lo cual las acusaciones de inverosimilitud son una necedad) y produce el efecto cómico de explorar el cuerpo de Song sólo en la medida en que le pueda confirmar que es una mujer, o aceptar un hijo que se le parece muy poco. El planteo de Cronenberg alcanza su radicalidad al mostrar que el cuerpo de la mujer es simplemente el objeto que confirma una construcción masculina previa. Mucho más interesante que la trivial afirmación de la existencia de pulsiones homosexuales, lo que está en juego es la noción de que el amor es un producto cultural. Todos somos Gallimard.

 


Hay un punto de vista doble en la puesta en escena de Cronenberg. Por un lado, se separa del protagonista y nos cuenta un cuento tragicómico análogo, por ejemplo, a Desesperación de Nabokov (junto con Burroughs, su escritor favorito), en el que el protagonista cree que ha encontrado un doble que en realidad es un tipo totalmente distinto. Pero establecida esa distancia, la ilusión de Gallimard adquiere una luz diferente. El personaje abandona los papeles de occidental, contador, diplomático y marido, que desempeña con aburrida ineficiencia, en pos de un mundo en el que existan la ternura y el misterio. Y al hacerlo, se convierte en un héroe romántico que nos hace simpatizar con sus desvaríos, seguir con emoción su insensata odisea. Cronenberg demuestra aquí, junto a una penetrante lucidez, una profunda veta de humor y romanticismo. Ya es hora de que dejemos de pensar en él como el ginecólogo del terror.


.
.
.
.
.
.
.

(*) Pacto de amor, referencia a una película anterior de David Cronenberg, cuyo título original es '
Dead Ringers' (1988), también protagonizada por Jeremy Irons, quien interpreta en dicho film un doble papel, asumiendo los roles de dos hermanos gemelos.
--

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

“I Confess” (‘Mi secreto me condena’, 1953), de Alfred Hitchcock.

Alfred Hitchcock , el llamado maestro del suspenso, exploró en "I Confess" (1953) la tensión entre el ordenamiento legal vigente ...